Relatos sueltos - Carta para Narita



De "Dicen que tengo que amarte"


Tu cara era redonda como un sol, cuando naciste. Lo recuerdo bien porque ya tenía ocho años. Nos fuimos al hospital con papá, los dos nerviosos y felices porque ya estabas por llegar. Mamá se había internado a la mañana temprano para esperar los dolores de parto en un lugar seguro, porque era bastante miedosa y tenía muy poca resistencia al dolor.

Naciste a las dos y media de la tarde, y todos nos pusimos muy felices. Cuando me dijeron que eras una nena, mi alegría fue inmensa, porque me sentía muy sola en casa y no tenía con quien jugar. Quizás, papá esperaba un varón, pero se puso muy contento con la noticia. Te pusieron Nara, porque se conocieron en una ciudad del Japón que se llama así, cuando estaban becados, estudiando. A mí me llamaron Alicia, como mamá.

Al día siguiente, la alegría dio paso a la tristeza y yo no entendí por qué. Mamá volvió a casa contigo, pero se pasaba las horas llorando. Pregunté si estabas enferma, pero me dijeron que no. Ibas y venías al pediatra con mamá, una y otra vez, durante meses. Tardaste en caminar, en hablar... pero sonreías siempre, y comías mucho, tanto que a los diez meses era casi imposible alzarte en brazos.

Un año después entendí que eras especial. Que las palabras tardarían en salir de tus labios, que tu sonrisa de niña sería eterna, que caminar te costaría más que a otros niños, que vivir a tu lado sería una aventura para todos. No se quien de los dos fue el más fuerte, si ella o él, pero escuché sus discusiones durante noches interninables, e incluso varios portazos de papá en plena madrugada. Una vez, me levanté para ir al colegio, y él estaba en la hamaca del jardín, donde había amanecido con los ojos abiertos.

Fue mi madrina, quien les convenció de que fueran a una charla para padres de niños con ciertas discapacidades. Les hizo bien, creo que les ayudó a aceptar su realidad, y empezaron a verte con otros ojos. Entonces, la vida fue más fácil para todos. Cuando cumpliste cuatro años, mamá estaba esperando otro hijo. Llegaron dos, Juan Pablo y Juan Ignacio y papá casi murió de la emoción. Vos y yo la ayudamos a mamá a cuidarlos, porque eran muy inquietos, vos les atajabas las piernitas, mientras yo trataba de ponerles los pañales. Más de una vez, uno de ellos nos orinó en la cara, en pleno trajín, y nos hemos destornillado de la risa, juntas.

Crecimos felices, Narita. Claro, yo siempre fuí un poco la mamita de ustedes, porque mamá tenía mucho trabajo en casa y en su oficina, entonces yo le ayudaba a Cornelia, para que no se acerquen a la cocina o no se lastimen, porque entre los mellizos y vos, la casa era un torbellino. Por la noches era una fiesta, porque nos reuníamos todos en la mesa para atacar la cena, como caníbales y papá traía helados y golosinas y nos embadurnábamos las caras y las manos.

Ahora, los mellizos ya están grandes y dan menos trabajo. Y vos estás aprendiendo a leer, despacito, pero estás aprendiendo. Tu profesora dice que tenés una inteligencia extraordinaria, y que antes de los quince, vas a poder leer bastante bien. Siempre me preguntás si te quiero, con esa sonrisa enorme que te marca toda la cara, y yo te digo que sí.¿Cómo? preguntás, y te digo que como tres mil cielos. Todos te queremos Narita, tres mil cielos por tres mil tierras multiplicado por tres mil mares. Mamá, papá, los mellizos y yo, también los abuelos y los perros. Todos.

Te voy a dejar esta carta, entre las hojas de tu agenda Pascualina. Mañana me voy de viaje, voy a estar lejos durante cuatro años, y durante ese tiempo voy a estudiar, y cuando vuelva, vamos a seguir jugando y leyendo juntas. No tengas miedo, Narita, cuando papá y mamá ya no estén, yo te voy a seguir cuidando.

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