Relatos sueltos- El valle de los sueños eternos
(De "Cuentosaurios")
Dibujo de Juan Moreno
Dibujo de Juan Moreno
La
vida de su padre estaba llegando a su fin. El gran tiranosaurio
quería cerrar sus ojos para siempre y necesitaba ir a reposar al
valle de sus antepasados. Pero la herida que se había hecho en la
pierna, no sanaba y era imposible acompañarlo durante la larga
travesía a través de las montañas.
Estuvo
triste durante varios días viendo que su amado padre perdía
fuerzas, cada día, y él no podía decirle aún: padre es hora de
partir a tu última morada.
Su
joven hijo notó su melancolía. ¿Qué sucede padre, puedo hacer
algo por ti?, le preguntó angustiado. El tiranosaurio, aún fuerte y
joven, pero debilitado por la herida que se hizo al caer en la gran
cascada, lo miró con ternura y le contó de su pena.
Yo
lo llevaré, padre, escuchó decir a su hijo, su pequeño, su
adorado... No, no puedes hacerlo... es peligroso, el camino es
largo... hay muchos velociraptors y tu abuelo ya está muy viejo, es
preciso sostenerlo durante el largo peregrinar.
Padre,
yo soy grande y muy fuerte, mi madre no ha comido en muchas lunas
para que yo esté satisfecho... déjame hacerlo, estaré con él
hasta que muera, y luego volveré, te lo prometo.
Vio
partir a su padre y a su hijo, cuando los primeros rayos del gran
dios entibiaban las laderas llenas de nieve. Lo despidió con un
largo e interminable rugido que le nació desde adentro del cuerpo.
La
caminata fue larga e interminable, el abuelo resintió su enorme y
gastado cuerpo hasta el punto de no poder moverse por sus medios. El
joven dinosaurio se sintió desolado, en medio de una gran ladera
blanquecina. Ambos se quedaron dormidos, esperando quizás la muerte.
Un
gran y frío hocico lo despertó, exhalando cerca de sus ojos.
Despierta, ¿Qué hacen aquí? Van a congelarse si no se mueven, dijo
una ronca voz. Taquio le contó sobre el viaje y sobre la necesidad
de llegar hasta el valle de los sueños eternos. Pero el abuelo
estaba ya sin fuerzas.
El
amable albertosaurus volvía del mismo valle, donde había ido a
dejar a su anciana madre. Voy a ayudarte a llevarlo, le dijo a
Taquio. Pero si ya estás volviendo a tu morada... no te molestes, yo
lograré hacerlo caminar, ya no falta tanto, ¿o sí?
Aún
falta, le explicó Neurón, y él no descansará lejos de sus
ancestros. Además, si regreso con ustedes, podré volver a honrar a
mi madre, dijo emocionado.
Con
mucha dificultad, lograron animar al viejo guerrero. Lo fueron
empujando poco a poco, y al cabo de dos lunas, avistaron el enorme
cementerio de dinosaurios.
El
anciano tiranosaurio resfregó su hocico por el cuello de su valiente
nieto, una y otra vez, y lanzó un último rugido antes de acostarse
en uno de los espacios libres, del verde valle.
Taquio
y Neurón volvieron cabizbajos, caminando lentamente bajo la tenue
nieve que caía sobre el gris atardecer de aquellos tiempos.
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