Lágrimas


                                   De“Upe  Kunu'ū” - Relatos de amor maduro (Fausto Ediciones)



            
Ella tenía pocos años y empezaba a soñar con amores eternos. El, con su rostro de ángel y bigote de actor de cine, ya era ducho en cuestiones amatorias y le había dicho aquella noche -  volcados los dos sobre los libros de literatura- que la querría para toda la vida.
Su corazón amaba a otra persona, pero la suavidad de su trato la hizo cambiar de sentimiento y lo empezó a querer como sólo aman las adolescentes: de corazón entero.
Meses usando a discreción el teléfono de sus respectivos trabajos, cartas en hojas de cuaderno secundario, amor de noches frías  después del colegio nocturno y besos sobre el yeso cuando le encaloyaron la pierna rota.
Pero él dejó de estar atento al teléfono y ya no escribió cartas que incluían su perfume varonil y pétalos de rosas. Ella lo esperó una tarde a la salida de su trabajo, pero incapaz de contarle sobre su desamor, envió a un emisario cruel para que entendiera que aquello que fue amor dejó de serlo,  un día.
Caminó sin rumbo hasta la parada del colectivo. Caía la tarde y ella sintió que era el mundo el que se ponía oscuro para toda la vida. Subió, pagó el pasaje, se sentó hacia una ventanilla del lado derecho y se recostó a llorar a mares, a océano, a diluvio...
El ómnibus se llenó hasta la estribera, todos los asientos, todo el pasillo. La miraron tristes e impotentes. ¿Qué haría llorar así a una niña tan bonita? Sólo el amor, sentenció una anciana. Sólo el desamor, le corrigió una voz. Ella siguió llorando todo el trayecto a su casa.

Lo recordó todo cuando lo encontró en la boda de su nieta. Era, había sido, el abuelo del novio. ¿Cómo estás? Le preguntó brillándole los ojos. Bien, dijo ella, retirando la mano de entre las suyas, que parecían querer aprisionarla. Lo que es la vida!, exclamó él. Ahora somos casi parientes, agregó. Sí, claro, dijo ella. Sonrió y se fue al otro lado del salón. Ya no era la niña triste del colectivo.




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