La casa de las cartas y los afectos
De "Horchata para el mal de amor" (Editorial Servilibro)
Nicaragua 1524, entre Perú y
Battilana. El cartero llegaba en las mañanas trayendo buenas noticias. El sigue
pensando en mí, me escribe, dibuja corazones en hojas de una raya color azul desteñido...
él me necesita.
Un mes, otro mes, también el
siguiente, las cartas hablaban de saudade, de amor desde la distancia, de penas
que crecen con los meses, de besos que no encuentran donde descansar. ¿Me vas a
esperar? Le había preguntado. Si, le dijo ella. Te espero, como los pájaros, en
el limonero florecido. Y él no se dio cuenta, que las aves no permanecen para
siempre percibiendo el perfume de los azahares, que vuelan, buscan otras
ramas, si las que poblaban ya no le
brindaban el cobijo ansiado.
Por mucho tiempo, las cartas
siguieron llegando, cada quince días, cada mes... pero dejaron de tener sentido
para los dos. El fuego lengueteò los paquetes de sobres bordeados con los
colores de alguna bandera sudamericana.
Eugenia llega los miércoles a
comer con las tías solteras. No palmotea en el pequeño portón de hierro, entra
haciendo chirriar el pasador, grita desde la entrada para hacer saber que está
ya en casa, que llega hambrienta, llena de novedades para compartir con las
amadas mujeres que pueblan el caserón, y la escuchan embelesadas.
Cassandra deja la tela suspendida
debajo de la aguja de su máquina de coser, y aprieta el pedal para interrumpir
la tarea. Va hacia ella para abrazarla y
la tibieza recorre ambos cuerpos. Te estamos esperando para comer, mirá lo que
te preparé, le dice, llevándola de la mano a la cocina.
Por el camino se va llenando
de abrazos. Hola tía Lulú, hola tía Clara, Hola Rumi, no te voy a decir tía
hasta que seas más alta que yo, le dice
a su tía compinche. Hola tía Nati !. Pero ella sólo sonríe, encerrada en
un espacio donde se unen pasado – infancia-vejez-desvarío. ¿Dònde está tía
Lena? Pregunta por la pariente casada, la única, hasta ese momento.
Jugo, puré, bife... todo lo
mejor para la malcriada que debe volver a su trabajo en una hora. Cassandra vuelve
al vestido de novia, Lulú a las camisas de cuello perfecto, Clara a la pileta
para darle brillo a sus ollas, Rumi a ayudar en las terminaciones de algunas
prendas. Y Nati, agarra una escoba y
barre una y otra vez el patio, hasta gastar la arena.
Chau, dice Eugenia mientras
corre hacia el portón, recién bañada, con el pelo suelto y oliendo a agua y
shampoo, para volver al trabajo. Chau,
le dicen las tías, esperando que regrese el próximo miércoles.
Ella corre hasta la esquina y
levanta los brazos para parar al ómnibus que se acerca raudamente.
¿Encontrará el siguiente miércoles
otra carta de amor trayendo sus latidos? El buzón de lata ya no recibe sobres para ella, ni recuerdos.
El fuego ha consumido los vestigios de aquel antiguo afecto, que voló
como las cenizas que se llevó el viento.
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