VOLVI A MIRAR MI RIO (Cap. XI de Donde el rìo me lleve)
Capìtulo
XI de “Dònde el rìo me lleve”
VOLVI A MIRAR MI RIO
Convercé con mis dos
patronas y les expliqué que necesitaba viajar a mi país, por unos
días. Para una de las casas conseguí un reemplazo, una joven que
vivía cerca de mi casita, en la villa. La otra señora dijo que ella
ubicaría a una antigua empleada mientras yo regresaba. Ambas me
aseguraron que mi lugar me esperaría.
A Remberto no le hizo
mucha gracia que desapareciera en esos momentos cuando estábamos
llenos de compromisos los fines de semana. Le dije que busque una
cantante sustituta, pero mi compañero argumentó que la gente
quería escucharme a mí y no a otra. No me importaron sus quejas,
le pedí a Luisa que me guardara las cosas de cierto valor y
candadeé mi casita, con la inquietud de que la podían saquear en
mi ausencia.
Compré algunos regalos
para papá y para abuela y volví a casa en el servicio más rápido
del transporte, hasta Asunción; luego tomé otro ómnibus hasta
Villa Hayes.
Ya no volví por el río,
con la balsa.
En mi ausencia habían
construido un puente sobre el río Paraguay, a la altura de la
localidad de Remanso. Todo era nuevo para mí. Entramos a Villa
Hayes por atrás, desde Asunción. El colectivo ya no pasaba frente
a la casita, sino lejos. Tenía que caminar mucho con mis bultos
para llegar al puerto. Por el camino, conseguí un carritero que me
ayudó con mis bolsos.
Cuando llegué, el paisaje
aún estaba igual.
Era cerca del mediodía, y desde lejos pude adivinar a mi abuela en la cocina, haciendo una de sus deliciosas comidas. El carritero apuró a su caballo, porque notó que yo estaba ansiosa por arribar a mi destino.
Llegué sin hacer ruido.
Dejé mis bolsones en la puerta y entré hasta el fondo buscando a mi
abuela. La abracé por detrás mientras lloraba emocionada. Ella no
necesitó darse vuelta para saber que era yo. La sentí pequeñita,
encogida, entregada al paso del tiempo.
Nos abrazamos sin decir
nada. Sólo nos abrazamos. Luego, me llevó de la mano hasta la que
era mi habitación y nos sentamos sobre la cama a llorar de alegría,
por el reencuentro.
Papá llegó después, y
se quedó sin palabras cuando me vió sentada en la mesa, almorzando
con mi abuela. *¿Mbaeichapa che rajy? Me saludó y ví cómo le
caían las lágrimas.
Después de mucho tiempo
volví a sentirme feliz.
Me quedé durante dos
semanas. Abuela estaba con problemas urinarios y me encargué de
llevarla al médico y cuidarla durante esos días. Papá se veía
contento con mi presencia, dejando de hacer algunas de sus tantas
tareas para permanecer más tiempo con nosotras.
La huerta de mi abuela
estaba llena de hortalizas, limones, batatas y sandías pequeñas. La
casita estaba pintada de celeste claro y el río seguía allí,
plateado y hermoso como lo recordaba.
Casi no hablamos de mi
madre, en todos esos días, sí les conté de mis trabajos por la
mañana, las presentaciones nocturnas y mi casita en la villa. Claro,
no les dije que estaba ubicado en un sitio como ese, para no
preocuparles.
Fue muy difícil volver a
separarnos, pero creo que nos hizo muy bien a los tres ese
reencuentro. Papá me llenó de atenciones, y abuela no paraba de
reir por cualquier motivo. Nos volvimos a distanciar, pero esta vez
la despedida fue diferente.
*Qué tal mi hija?
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