Opiniòn- Los "hermanos" de G.


Publicado en La Nación

(3.10-2011)

Era invierno. Por alguna razòn, aquella tarde volvì a casa antes de lo habitual. Apenas abrì la puerta, vì a mi beba menor parada en la cuna, agarratita a la baranda, temblando y balbuceando de frìo, con la piel azulada y los ojitos brillantes. Estaba apenas vestida con un osito amarillo de algodòn... y hacìa muchìsimo frìo. Se me llenò de làgrimas el alma. Mi primer impulso fue abrazarla y tratar de darle calor con mi propio cuerpo, para luego abrigarla de inmediato y a continuaciòn enviarle a la “china” a la niñera, por descuidada e inhumana. Ella sì estaba calentita, mirando la telenovela con el mate en la mano, en la habitación que compartìa con las nenas màs grandes.

En una anterior situación, cuando mi primera hija tenìa tres años, viviamos en un pequeño departamento; yo salìa a trabajar temprano y volvìa a casa al anochecer. Su niñera de entonces era encantadora. La cuidaba con cariño, jugaba con ella como si fuera otra criatura y raramente dejaba de volver a casa los lunes temprano, despuès de sus domingos de franco. Pero, tiempo despuès descubrì que era excesivamente veleta y metìa a sus novios en la casa, cuando yo no estaba.

Un dìa, con total inocencia, ni niña me dijo: mami, què muchos hermanos tiene G. ¿Muchos hermanos?,no, sòlo tiene uno, le dije. Pero, con los detalles que me contò, me invadieron las dudas e hice mis averiguaciones con las vecinas.

Nuestra querida G. recibìa diferentes visitas en la semana, con el peligro que significaba meter a personas extrañas en la casa, por la seguridad de mi hija y la de nuestros bienes materiales.

Estas son apenas dos anècdotas en mis veintidos años de madre y trabajadora fuera del hogar, repartiendo mi tiempo entre mis ocupaciones y la crianza de mis cuatro hijos. Recuerdo que en los primeros años de independencia de mi casa materna, lleguè a cambiar cinco o seis niñeras en un año, por diversos motivos. Una le arrancaba puñados de cabellos a mi niña cuando la peinaba, otra siempre enfermaba a su madre cada lunes y yo tenìa que correr con mis dos hijas mayores a la casa de mi querida amiga Elba, quien cerraba su peluquerìa para cuidar a las niñas durante todo ese dìa; Otra, a quien queriamos mucho y adoraba a las nenas, nos dejò sin previo aviso porque, loca de amor, se fuè a vivir con el guardia de la otra cuadra...

Las penurias continuaron hasta que hace màs de quince años, una persona de mi familia aceptò trabajar con nosotros. Desde entonces, los chicos tienen a su “Tiamama” que los cuida mientras mi esposo y yo trabajamos tranquilos ; aunque en estos años nos han sobrado situaciones relacionadas a la salud de nuestros hijos, que nos han mantenido en alerta permanente y con el acelerador preparado para salir “volando” bajo rumbo a la casa.

No es fàcil encontrar a una persona adecuada para encargarle el cuidado de nuestros mayores tesoros mientras salimos a trabajar. Asì como a las empleadas domèsticas tambièn les cuesta encontrar una familia donde sean bien tratadas y reciban un pago justo por sus labores.

Se escuchan historias de todo tipo, como la que ocurriò dìas atràs cuando el pequeño Alejandro fue llevado de su hogar por su niñera con trastornos mentales; y de otros casos donde las niñeras castigan a los pequeños, de manera fìsica o sicològica.

Tambièn se sabe de patrones que infunden maltratos increibles a sus empleadas (las golpean fìsicamente, les pagan sumas miserables, les regatean la comida, las llevan con su uniforme de domèsticas al consultorio del periatra o al club- humillàndolas- , las maltratan verbalmente delante de extraños, etc. ). La viña del Señor està poblada por diferentes tipos de vid.

La realidad nos muestra que hay que mirar con los tres ojos a quien metemos en nuestras casas y en nuestras vidas, especialmente porque està en juego la salud fìsica y mental de nuestros hijos. ¿Recuerdan la pelìcula “La mano que mece la cuna?.

En contrapartida, debemos estar dispuestos a tratar a esas importantes personas, como se lo merecen. La niñera/empleada domèstica nos reemplaza mientras estamos fuera de la casa, y eso señoras, no tiene precio.




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