Marciano Solís: Memorias del escribiente de Josefina Plá
(Entrevista
publicada en La Revista, del diario La Nación de Paraguay, el 16 de
noviembre de 2003)
Compartió treinta años
con la escritora española-paraguaya, Josefina Plá, mecanografiando
día tras día los trabajos que le dictaba. Hoy comienza a escribir
sus memorias y rescata no solo a la extraordinaria trabajadora
cultural, también la faceta humana de una mujer que se abrió paso a
fuerza de constancia.
Siesta de noviembre en un
barrio de Asunción. Casita humilde con jardín cuidado y una figura
morena que emerge desde el fondo del pasillo. Es él, Marciano Solís,
un poco encorvado por los años, sencillo, discreto y dueño de un
tesoro incalculable de recuerdos. No es poca cosa haber pasado
treinta años trabajando al lado de Josefina Plá, transcribiendo sus
trabajos, atesorando sus frases, creciendo al mismo tiempo que ella y
bebiendo de sus conocimientos.
“Quiero que seas la
primera lectora de mis escritos”, dice mientras sus manos llenas de
historia me ofrecen algunas páginas de lo que está escribiendo
sobre la gran escritora.
“El cuerpo de cualquier
ser humano es indivisible: el alma, por suerte no; el amor materno,
al multiplicarse, lo prueba. Como ser humano de carne y hueso, yo he
pertenecido al Paraguay durante las tres cuartas partes de mi vida.
Pero mi alma permitió Dios que la pudiera repartir sin disimularla;
España y Paraguay, la tuvieron ambas por entero cada una. No fue
propósito ni voto preconcebido, fue el resultado de espontánea,
modesta vocación. Así creo haber servido sin obsecuencia ni
interés secundario alguno a las dos patrias, por igual”
El pensamiento escrito por
doña Josefina Plá en marzo del 94, es una de las joyas mejor
guardadas por Marciano.
“Es uno de los tanto
escritor de ella, hay como 58.000 escritos esparcidos por todas
partes. Nosotros terminábamos de trabajar y ella me decía: tómese
como un descanso, vamos a conversar un ratito. Pero eso fue después
de 15 años de estar con ella, porque doña Josefina no era de soltar
prendas así nomás. Conversábamos, ella me iba contando cosas, y
yo, que era un atrevido, siempre tenía un papelito y un lápiz e iba
anotando las cosas que me interesaban, por eso conozco todo esto de
ella”.
Ella trabajó hasta el
95
En el momento en que lo
visitamos, Marciano estaba preparando una charla sobre Josefina, que
es un poco el inicio de sus memorias. ¿Qué rescató de ella en sus
escritos? Especialmente ese espíritu de querer hacer cosas, porque
ella hasta último momento estaba trabajando. Mucha gente decía que
en los años 80 ella ya no trabajaba, y es mentira. Hasta el 95
trabajó, recuerdo que el director de un diario le dijo: descanse
Josefina, que era el mes de febrero. Descanse y tómese sus
vacaciones, le dijo. Ella escribió 32 artículos en ese mes. Después
ya fue disminuyendo el trabajo hasta fines del 95. En enero del 96
tuve que retirarme porque ya no hacíamos nada.
Marciano Solís comenzó a
trabajar con Josefina en 1966. ¿Cómo la había conocido?. “Yo
llegué a ella mediante su hijo, el profesor Ariel Plá, que antes
fue mi compañero en el Archivo Nacional; yo era ordenanza y él ya
era funcionario. Un día (el día de mi cumpleaños, 6 de marzo), me
invitó a almorzar,y cuando estábamos almorzando me dijo: “Marciano,
vos sabés que mamá necesita un dactilógrafo: te animas? . Yo ya
sabía que Josefina Plá era Josefina Plá.
Al día siguiente me fui.
Era lunes, siete. Fue como si me hubiese conocido de antes, porque no
creo que Ariel le haya dicho nada de mi. Ese mismo día comenzó a
dictarme cosas. Ella estaba haciendo unos cacharritos de cerámica y
a medida que trabajaba, me dictaba. Tenía diferentes maneras de
trabajar, a veces ella hacía los manuscritos, luego me dictaba, O me
dictaba directamente.
Doña Josefina dictaba
rápido. Marciano agradece haber tenido práctica para seguirle el
ritmo, “Tres años más o menos trabajé con O'Leary (Juan E.
O'Leary ). Era mi director general (en el Archivo Nacional) y él me
contrató también. Cuando terminaba de trabajar en la Dirección
General de Archivos, que quedaba sobre Mariscal Estigarribia, me iba
a la casa de O'Leary que quedaba en la calle Brasil, para copiarle
los discursos, las conferencias, los poemas que él iba publicando.
También trabajé con don Hipólito Sánchez Quell, con quien también
fuí aprendiendo muchas cosas”
Cuando se fue a trabajar
con doña Josefina, Marciano tenía 23 años recién cumplidos y pasó
a su lado los siguiente treinta. Cuenta que el ritmo de trabajo era
bastante duro. “Al comiendo trabajábamos desde las dos de la tarde
hasta las seis o las siete y cuando salí del Archivo en el 82,
trabajábamos de mañana y de tarde. No parábamos ni un rato. Ella
trabajaba por lo menos hasta las 11 de la noche, no había feriados
ni domingos; yo no me iba los feriados ni los domingos, pero ella
seguía trabajando . Me pagaba bien por el trabajo realizado. Era un
pago diario, no esperaba un mes para cobrar. Yo supongo que ella
ganaba algo por su trabajo, y con eso podía pagarme: ella escribió
para el diario Hoy, para ABC, para Ultima Hora, en distintos
momentos”.
Su
boda con Andrés Campos Cervera
Pasados los primeros
quince años en que la relación solo era de escritora a escribiente,
Marciano Solís revela que las conversaciones se volvieron
maravillosas: “Me comentaba, por ejemplo, sobre cómo lo conoció a
su marido, a don Andrés”
En sus escritos, Marciano
cuenta que la familia de Andrés Campos Cervera no había visto con
buenos ojos su relación con esa “niña conquistadora”, ya que
Josefina tenía 20 años. Sus hermanos se opusieron a la boda, pero
él estaba muy enamorado y nadie podía hacerlo desistir.
Se casaron por poder el 18
de diciembre de 1925. Cuando ella llegó a Paraguay no tuvieron más
remedio que tratarla con respeto. Marciano rescata que su cuñada
Andrea Campos Cervera la acompañó desde entonces en las buenas y en
las malas. Pero luego, cuando Josefina, que había vuelto a España
con su esposo, quedó viuda y quiso regresar, contó con un
“formidable equipo de oposición”. “Fue una de las mayores
injusticias contra esta extraordinaria mujer”, dice Marciano.
La escritora y su
amanuense también hablaban de la situación cultural del país, y lo
difícil que fue para ella insertarse. “En uno de mis escritos lo
cuento: cuando llegó al Paraguay, como era una mujer y mças todavía
una extranjera, prácticamente todas las puestas se les cerraron. Hay
un caso muy feo que cuento en mis memorias: Josefina fue nombrada
Jefe de Redacción del diario El Liberal y todos los redactores se
opusieron. Ella quiso renunciar pero el director la dejó en su
puesto y todos los demás se fueron; sólo quedaron Robustiano Vera,
de Policiales y Adolfo Latasa, de Sociales. Fueron los dos únicos
caballeros que la siguieron. Ella estuvo ocho meses, porque la
sustituyó Efrain Cardozo que se había ido al Brasil para consultar
los archivos por el asunto del conflicto chaqueño”.
Era una buena madre
Más allá de la escritora
que conocemos, su antiguo secretario la describe como una mujer
completa, que también era buena ama de casa y buena madre. “A mi
me invitó a almorzar algunas veces. Ella misma cocinaba, y su comida
era rica. En cuanto a su rol de mamá, la criticaban mucho porque
supuestamente no era buena madre porque le dejaba salir al hijo. Y
quién es el chico que no sale de la casa?. Nosotros mismos, mi madre
era una santa mujer, pero nos dejaba salir; en el verano nos íbamos
al arroyo Ferreira o nos íbamos al Cerro Lambaré. Ariel también
era así. Ahora es un gran profesor, uno de los grandes pilares del
magisterio nacional. Eran cosas de niño cabezudo nomas”.
Marciano es muy prudente
en todo lo que respecta a la vida familiar de la escritora, pero
accede a contarlos que a él le parecía totalmente normal la
relación entre madre e hijo. “Yo muy poco asistí a las reuniones
familiares o al trato diario que tenían, porque además, él
trabajaba y venía de noche ya. Pero ella nunca se quejó de él y él
de ella tampoco. Pero eso sí, doña Josefina era muy cerrada en sus
cosas, y creo que no informaba a su familia de muchas cosas. Yo
gracias a Dios accedí a muchas informaciones por las conversaciones.
Ella me solía decir: alguna vez le serán útiles todas estas cosas
que le cuento”.
Dos
fechas de nacimiento
El escrito de Marciano
habla de dos fechas de nacimiento diferentes de la escritora: “La
primera fue el 9 de noviembre de 1903, según el documento original o
Fe de Vida expedida en Las Canarias. Y la segunda , el 9 de noviembre
de 1909, según el documento del Consulado Español en Asunción.
Pero en un breve comentario de ella, en agosto de 1982, fecha en que
salió a cuento este hecho, Josefina aclaró que en un incendio del
Archivo del Consulado español desapareció su Fe de Vida original y
cuando volvieron a rehacer su documento, el funcionario se equivocó:
en vez de 1903 puso 1909.
Marciano cuenta de qué
manera Josefina vino a transformar la sociedad paraguaya. “Una dama
de aquella época, no podía salir con el marido ni invitar a
caballeros a su casa y se comenzaron a inventar absurdas relaciones
con grandes amigos de ella, respetuosos y respetados por ella como
Roque Centurión Miranda y José Laterza Parodi, que eran grandes
personalidades.
“Ella me confió- dice
Marciano- que el único hombre, después de Andrés con quien estuvo
a punto de contraer matrimonio, fue Teodosio, pero puso con condición
inadmisible que debía disponer de todas las obras de su anterior
esposo. Por supuesto que Josefina lo puso de patitas en la calle.
Nunca más se lo volvió a ver”.
Pero hace hincapié en que
frecuentó muy buenos amigos y amigas, y que también había gente
que no la quería. “Parecía como que les molestaba ella, en el
sentido de que era una mujer triunfadora: tema que tomaba, tema del
que salía airosa. No había tema que no pudiera tocar, hasta
matemáticas”.
Ella le regaló un
ejemplar de cada libro que fue editando. Hace algunos años, Marciano
los donó al Colegio Nacional de Guarambaré y a una escuela ubicada
en Villeta, que lleva el nombre del profesor Monges, un gran amigo
suyo.”Yo no tengo ni casa, ¿dónde los podría guardar?. Son más
de 120 títulos, yo quiero que los niños paraguayos los lean”,
dice.
Los
gatos de Josefina
Sobre la tan comentada
afición a los gatos de la escritora, Marciano dice que esto no hace
más que hablar de su calidad humana.”Cuando yo llegué a su casa
tenía dos gatitos: Bella y Para'í. Como la gente veía que ella
tenía a los gatitos en la mesa donde estaba trabajando, siempre le
tiraban gatitos en el portón. Ella los tomaba, compraba leche,pan,
perevy (parte del hígado vacuno) y les daba de comer”.
En las memorias que
escribe, Marciano cuenta que con el tiempo fue creciendo el número
de gatitos. “Josefina los recogía con gran afecto. En esa época
también tenía una perrita llamada Prisa. Una churera le proveyó de
carne durante muchos años, pero en esos últimos cinco años
(1991-1995) era casi imposible conseguir una proveedora infalible. A
causa de eso, dejamos la labor mecanográfica a medio andar para ir
al mercado a buscar el perevy para los ya numerosos gatitos, que
llegaron a ser 28”.
Rescata este recuerdo:
“Una encantadora dama de la sociedad asuncena, cuyo nombre guardo
en el corazón, contribuyó muchísima en la provisión de la carne
para los gatitos. La ración diaria eran cuatro perevy y un litro de
leche”.
Marciano, quien lleva un
diario, dice que consta en el mismo que el 16 de setiembre de 1995,
Josefina le solicitó la presencia de la señorita Francesca Crosa,
Presidenta de la Sociedad Protectora de Animales y Plantas, quien se
hace presente y doña Josefina le ruega tenga a bien ofrecer sus
gatitos a familias conocidas de Asunción, porque ella ya no podía
atenderlos. “Unos meses después yo me retiraba para siempre como
secretario de la casa de doña Josefina, y no me consta si la
señorita Crosa pudo cumplir con el deseo de doña Josefina. Cuando
volví al rescate de la biblioteca de la autora, contratado por la
Universidad Católica, ya no estaban los gatitos”.
Al contrario de lo que
algunas personas comentan, de que la escritora pasó necesidades
económicas en la última etapa de su vida, Marciano dice que no fue
así. “Ella siempre contó con la protección de Ariel y de la
nuera, la señora Vidalina. Siempre estaban atentos a cualquier
necesidad, nunca le hicieron faltar nada”.
La niña que adoptó
Ariel fue el único hijo
que tuvo Josefina Plá, pero ella había adoptado a una niñita
enferma. “La adoptó de la Cruz Roja. Una amiga suya le contó en
los años 50, que había una niña en la Cruz Roja, enferma, sin
padre ni madre conocidos. Josefina le pidió por favor que se la
traiga,y ella la crió. Por eso me molesta mucho que se diga que
Josefina no era una buena madre, ella fue una madre muy noble. Y
usted sabe que en esa época no había los adelantos médicos que hay
ahora; ella me contaba que la bebé devolvía el biberoncito de leche
que le daba, entonces se dedicaba a darle té de hoja de naranja, así
se fue curando. Y ahora ya es una mujer hecha y derecha. Le deciamos
Pirucha; ahora ella vive en una pensión de señoritas, protegida por
el hermano. Sigue un poco enferma, pero siempre está protegida por
Ariel y su familia. Ella tiene en estos momentos 50 años,y Ariel 63”
A Marciano le brillan los
ojos cuando habla de Ariel. “Fuimos muy amigos, donde nos íbamos,
él me presentaba como un hermano, almorzábamos juntos . Yo nací
el 6 y él el 7 de marzo. Teníamos una hermosa relación. Ahora
seguimos siendo amigos,pero un poco más alejados porque él tiene
muchos compromisos, tiene su familia y yo soy un solterón. Cuando
éramos solteros, andábamos juntos”.
Nos cuenta que Pirucha
vivió muchos años con su familia. “Cuando yo llegué, en el 66,
la veía en el patio, sentada, cantando.Ya de grande, vino a casa a
visitarme y le dije: no abandones a tu familia”
En enero del 96, cuando se
retiró de la casa, Marciano Solís dice que aquello le parecía una
pesadilla. “Faltaban dos meses para que se cumplieran treinta años
de trabajar con ella. No creía lo que estaba sucediendo. La visité
alguna veces y luego ya no pude porque tenía que conseguir trabajo.
Qué no hice!, me fuí de aquí para allá, hasta trabajé de
albañil. Algunos me decían: como ex-secretario de Josefina, todas
las puertas se te van a abrir, pero yo era un hombre grande y no se
me abrieron”.
Le costó sobrevivir, y y
aún hoy, vive de changas. Apenas percibe una jubilación de 290.000
Guaraníes como funcionario del Archivo Nacional, donde estuvo 25
años, de los que le reconocieron 16. Sus hermanas le cedieron una
habitación en la casa que comparten, y le ayudan con el alimento
diario. Marciano Solís está sin trabajo, y lo necesita para llevar
una vida digna.
Nunca se casó, porque
según dice, “Mi vida era trabajar, no tuve tiempo para el amor”.
Antes de retirarnos, le preguntamos qué sentía por esa
extraordinaria mujer. “Una profunda admiración”, dice,
restregándose esas manos de dedos encorvados de tanto teclear las
palabras dictadas por Josefina Plá, día tras día.
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