De remansos y torbellinos


De remansos y torbellinos
(a mi madre)


Ella aprendió a confeccionar vestidos, haciéndole ropas a mis muñecas. Era una adolescente bonita que fue madre antes de terminar de crecer, envuelta en una historia de amor juvenil parecida a la de Romeo y Julieta, tambièn con final triste aunque en otra dimensión, y en dos rincones del Chaco paraguayo: Rojas Silva y Villa Hayes.

La recuerdo haciendo prendas idénticas para las dos, en especial un conjunto de pantalón y chaquetita en corderoy bordò, o mi querida capita con caperuza, de color azul y poniéndole un lazo de seda a aquel lindo sombrerito rosado de rafia, comprado en Asunción, para su niña de seis años con conjuntivitis.
Mientras abuela Alejandra nos criaba a ambas, ella soñaba para mí aquellas cosas que no pudo alcanzar para sí misma, y se encargaba de que el fotógrafo ambulante eternizara mi imagen junto a aquella heladera Gelomatic a kerosene que se sentía satisfecha de haber comprado, o con un par de pistolas vacías en la cintura y vestida con mi pijama de franela, o aquella siesta con mi jumpercito a cruadrillé antes de mi primera clase de preescolar, o recitando sobre una silla y la inolvidable foto sentada en el regazo de mi abuelo Segundo.

Ella me llevó obligada a Buenos Aires, y aunque aquella ruptura con mi pueblo, mi río y mis abuelos representó uno de los dolores más grandes de mi vida; esa ciudad, esas maestras argentinas y esos libros hicieron de mí­ una contadora de historias y lectora ávida y feliz.
Ella me inscribió en un curso de dactilografía a los 15 años, sin que yo lo supiera o lo pidiera, porque quería que aprenda muchas cosas y porque me iba a servir para el futuro. Me compró mi primera máquina de escribir, Yamato, linda y nuevita en Casa Rosada, y celebró aquel primer trabajo como dactilágrafa de un escribano, a los dieciseis años.
Ella me esperaba con la cena caliente a las doce menos cuarto de la noche, cuando regresaba extenuada luego de una larga jornada que incluía mi trabajo como secretaria y la carrera de periodismo en la Facultad de Filosofía en Ytapytapunta.

Ella celebró mis triunfos y me retò por mis equivocaciones. Fue madre e hija para mí y a veces debía luchar para hacerle entender que la adolescente era yo y no ella; porque en miles de ocasiones se cambiaron los roles. Ella me dio alegrías y tristezas, me hizo rei­r y me hizo llorar, igual que me ocurre ahora, con mis hijos.

Talvez en ocasiones los hago felices o en otras los hago entristecer, o viceversa. Es que la relaciónn madre e hijos es así. A veces un remanso, a veces un torbellino.

Mirando hacia atrás, y poniendo las pesas en la balanza, rescato los recuerdos bellos de mi madre; esperando que alguna vez, mis hijos solo rememoren los momentos quizás breves, pero de intenso amor que pueda darles.

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