Relatos sueltos - El beso en la taza
El
beso en la taza
(de "Horchata para el mal de amor")
Las huellas se fueron
esfumando poco a poco. Allí
quedó el rosa intenso de tu labial más
lindo. Era el
Revlon que usabas sólo en ocasiones
importantes,
porque era más costoso que el otro con el que te
pintabas
todos los días.
Tomaste aquel café en plena madrugada,
antes de ir al
aeropuerto, para despabilarte. El avión salía a las
seis y
media, pero tenías que estar dos horas antes para hacer
los
trámites. Cuando me desperté a las tres ya estabas en la
cocina
con abuela, conversando.
Siempre me encantó escucharlas conversar,
como lo
hacen dos vecinas que se quieren, coméntadose las cosas
con
tal naturalidad que se podría pensar que no eran madre
e hija, sino
simples amigas. Vos tomabas tu café y ella su
mate amargo, mientras
pelaba los porotos para la ensalada
de la siesta.
Vení mi amor,
dijiste, cuando aparecí en la puerta,
semidormida, y me hiciste
sentar en tu regazo. Abuela me
pasó un vaso de agua para despejarme.
Entonces olí tu
perfume y el aroma del café recién colado y
regresé en el
tiempo, hasta unos días antes, cuando me
acompañabas
hasta la parada del colectivo con tu vaso largo con
café.
Te quedabas conmigo hasta que aparecía el 27 que me
llevaba
al colegio. Cuando lograba subir y apretujarme
entre la gente te veía
parada tomando tu café, mientras me
veías alejarme.
Después
volvías a casa, a trabajar durante horas con
tu máquina de coser.
Cuántas maravillas eras capaz de
hacer con un poco de tela y una
tira de encaje o de tul! El
cartelito que te pintó tío Dani no
mentía: Azucena, modista
de novias y quinceañeras. Ropa linda y
barata.
Creo que de cobrar tan barato es que no nos alcanzaba
el
dinero y empezaste a buscar trabajo en España. Tía Bea
que vive
allá hace varios años te consiguió un empleo en
un asilo de
ancianas, entonces comenzó la odisea de juntar
el dinero para el
pasaje. Era mucho dinero, y tus ingresos
muy escasos.
Una de tus
clientes, que trabaja en una cooperativa,
logró asociarte y
consiguió que te dieran un préstamo
antes del tiempo necesario para
un cliente tan nuevo. Tío
Dani vendió una chatarra que tenía para
ayudarte y abuela
empeñó todas sus joyas, aquellos tesoros que le
había
regalado abuelo durante cuarenta y cinco años.
Yo no tenía
forma de colaborar, apenas era una niña
de trece años sin ingreso
alguno. Además, no quería que
completaras el dinero, para que no te
fueras. Pero lograste
juntar el monto para el pasaje y para comprarte
un abrigo,
porque allá era invierno. El asilo estaba en
Barcelona,
donde también vive tía Bea.
Tío Dani consiguió que su
amigo Miguel le preste una
auto para llevarte al aeropuerto. Te
acompañamos los tres,
tus tres amores, como solías llamarnos. La vi
más anciana
a abuela, cuando entraste por la puerta de embarque.
Tío
Dani te dijo que nos cuidaría. Yo no pude decir nada,
sólo
llorar silenciosamente. Fue duro volver a casa y no
encontrarte. Fue
duro quedarme llorando sobre tu cama
durante todo el día, y más
duro verla a abuela hacer sus
tareas habituales con los ojos llenos
de lagrimas.
Llamaste por teléfono para contarnos que llegaste
bien,
y sonreímos con tristeza. Ese mes fue de grandes
ajustes
porque nos mantuvimos con el dinerito que dejaste. Tío
Dani
se fue a trabajar a Ciudad del Este y nos quedamos
solas abuela y yo.
Ahorré el dinero de mi merienda todo ese
tiempo, para que no me
faltara plata para el pasaje. Recién
a los dos meses hiciste el
primer envío y comenzamos a
pagar las deudas y a comer un poco
mejor.
Abuela puso un puesto de venta de empanadas en
la vereda y la
gente aún se acercaba a preguntar por la
modista. Entonces empecé a
soñar con que pasaran rápido
esos meses y regreses para fin de año.
Pero pasó aquel
12
enero y no volviste. Comenzaste a enviar más
plata para
que guardemos para mi fiesta de quince años, que yo
no
tenía ganas de festejar sin vos. Prometiste que vendrías un
mes
antes, en agosto para preparar todo.
Con tío Dani comenzamos a
buscar un local para la
fiesta y a consultar varios presupuestos para
sesenta personas.
Solo invitaría a mis treinta compañeros y a los
pocos
familiares que tenemos, además de nuestros tres vecinos
que
apreciamos. Me dijiste que ya tenías mi vestido. ¡Es
un Rosa
Clará!, mamita, exclamaste emocionada. Lo
compré barato en la
liquidación y es una hermosura! Imaginé
al vestido que me
compraste, lo soñé hermoso como
vos, que te gustaban las ropas
vaporosas, con encajes, suaves
y femeninas .
Sonreía todo el día,
soñaba día y noche con tu regreso.
Mi compañera Marita me ayudó a
diseñar mi tarjeta en
su computadora. Solo tenia que completar la
fecha y el
lugar y llevarla en Cd para que me lo impriman. Tío Dani
y
abuela ya me dieron el dinero para mis zapatos . Lo tengo
guardado
para irnos juntas a elegirlo, después de ver el
vestido.
El teléfono
sonó de madrugada. Tía Bea estaba llorando.
Creí que estaba en
medio de una pesadilla cuando escuché
lo que me decía. Abuela se
levantó con dificultad para
llegar hasta el teléfono, pero yo le
gané de mano. Le pasé
el teléfono a tío Dani y abracé a mi
abuela que no entendía
lo que estaba pasando.
Tu mamá está
grave. Un automóvil le atropelló cuando
cruzaba una avenida. El
conductor se hace cargo de los
gastos, dijo tía Bea, yo la cuido no
se preocupen... No
volvimos a dormir en dos días. Gasté las cuentas
de mis
rosarios, pidiéndole a Dios que te salvara. Abuela era
un
espectro caminando por la casa.
Pero te fuiste para siempre…
No
pudieron salvarte. Tía Bea te acompañó en tus
últimas horas, tan
lejos de mí. Entré en un profundo sopor
durante días, ni siquiera
pude atender a abuela. El dolor
fue más fuerte que yo. Cuando logré
reaccionar, habían
pasado muchos días, estaba muy delgada, con las
uñas
carcomidas y totalmente destrozada emocionalmente.
Abuela
seguía friendo empanadas para vender, con los
ojos hundidos y
brillantes de lágrimas.
Tío Dani y tía Bea lograron que la
Secretaría de
repatriados te traiga a Paraguay. Fuimos a esperarte
en
el aeropuerto, pero tu llegada no fue como lo habíamos
soñado.
Te enterramos cerca de abuelo, en el cementerio
de Capiatá.
Semanas
después tía Bea me envió un paquete. Venía
mi precioso vestido
hecho por la diseñadora española,
comprado tan amorosamente con ese
dinero que te habrá
costado tanto ganar, cuidando a decenas de
ancianas.
Abracé el vestido y lo manché con mis lágrimas. No
habría
fiesta de 15 años, ni de 16, ni de 20, ya nunca. Mi
corazón
ya no reiría jamás.
¿Cuánto tiempo ha pasado? Un siglo
mamá, un siglo…
pero esta taza aún tiene tu perfume y la huella
de tus labios
que apretaban el borde, como un beso.
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