Columna - Crepúsculos de noviembre
(Noviembre, 2004)
¿A usted no le da cierta tristeza el atardecer? A mí sí. Metida en la rutina diaria, igual que todos, no puedo apreciar a diario la belleza melancólica de los crepúsculos; aunque en mi cajita de memorias, siempre puedo echar mano a los atardeceres cerca del río en Villa Hayes. Entonces miraba a lo lejos el horizonte más allá del Cerro Confuso que en la actualidad ya es sólo un recuerdo, porque fue depredado por completo, piedra por piedra.
Pienso en los atardeceres cuando algo me supera y me bajonea, pienso en los atardeceres cuando quiero simbolizar finales que se desencadenan llevándose los últimos fulgores del día. Ahora pienso en los atardeceres porque noviembre me sabe a ocaso enrojecido, con el sol escondiéndose a los lejos y tiñendo el cielo con colores de fuego y de sangre.
Dos niños-adolescentes fueron asesinados en la calle, en la frontera. ¿En qué nos estamos convirtiendo? Un país que mata a sus hijos que empiezan a vivir puede llegar a convertirse en una pesadilla sin final. Esos niños no debían haber estado en las calles, sino en sus casas o en colegios, resguardados de asesinos motivados vaya a saber por qué razón.
Se desocupan propiedades tomadas por quienes no poseen ni un lote de 12x30 a fuerza de garrotes, cachiporras, balas, quema de sus pertenencias, amenazas. Si viviéramos en el país de maravillas que algunos pocos creen que tenemos, la desigualdad no sería tan terrible y nadie tendría necesidad de invadir las fincas de los demás para conseguir un pedazo de tierra donde instalar vigas y tirantes para colocar su rancho o tomar un par de parcelas para trabajar.
Nuestro país es divino y maravilloso, en muchos sentidos, pero no en lo que atañe a la igualdad de oportunidades y ventajas. Esto se me asemeja a la llegada de la noche, a una oscuridad completa donde se cierra la posibilidad de ver con claridad no sólo el horizonte, sino hasta lo que tenemos delante.
Las cosas se desmadran, salen de cauce. Si calles y propiedades con dueños son invadidas por estómagos con hambre, noches y madrugadas pueden ser terriblemente largas.
Que alguien prepare una lámpara, a tiempo.
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