Columna -Ella también espera.




Constanza continúa acuclillada en la misma esquina. Su pequeño niño estironea el fláccido seno buscando las deliciosas y escasas gotas de su preciado alimento. Más allá Ramoncito se cuelga por la ventanilla de una camioneta y pide monedas, casi a media lengua. Ella le canta bajito al bebé que llorisquea porque tiene hambre. No sale la leche porque hace días que no como casi nada, piensa para sí, pero lo dice en voz alta, como para justificarse con ese hijo que se impacienta en su pecho.

Ramoncito vuelve hasta ella, saltando contento. Está sucio, tiene la cara manchada, los pantaloncitos rotos, los cabellos erizados y duros, pero la mirada tierna como cualquier niño. Ramoncito trae dos monedas redondas, plateadas, brillantes como la luna llena. Sabe que son las más grandes, con las que se pueden comprar pan. Se las da a su madre y ella le acaricia la mejilla hermosa, llena de sueños y manchitas.
Constanza seguirá hasta allí hasta la noche, o quizás hasta el otro día cuando haya juntado algo de dinero, recién después volverá a su comunidad a compartir lo que ha logrado. Por el camino, le comprará empanadas a Ramoncito y quizás medio litro de leche y pan… o tal vez podrá adquirir esa espada luminosa que él vió en la vidriera de un negocio donde no le dejaron siquiera preguntar el precio. La sacaron casi a empujones cuando pisó el umbral con sus dos niños harapientos … y èl se alejó con la mirada cautivada por el juguete. Ella se imaginó extendiendo los billetes y señalando la espada, como para que no crean que entró a pedir limosna, o a robar.
Constanza no votó el domingo pasado, estuvo con fiebre, acostada en su choza, además, no sabe cómo hacerlo, nunca lo había hecho. Ni siquiera conoce con certeza su edad, ni tiene documentos como los otros paraguayos… los otros, los que no son como ella, el bebé y Ramoncito. A ella no le hablaron de propuestas, ni pudo elegir a su presidente, ni pudo soñar con uno u otro, porque todos le parecían iguales. Los vió, los conoce por los miles de afiches que ensucian todavía la ciudad y por las fotos en las tapas de los diarios. Sabe quien es ahora el cacique de los otros, esos que habitan en casas de ladrillos y viven mejor que ella y sus hermanos, aunque suele escuchar que también se quejan.
Constanza sabe que sus hermanos paraguayos, que la miran de reojo y le pasan monedas por misericordia, no la tienen en cuenta. Algunos paran con sus autos en el semáforo y la esquivan a ella y a Ramoncito, o le pasan las monedas con cara de fastidio. Constanza también espera, como los otros paraguayos, que alguna vez pueda amanecer más contenta sabiendo que sus hijos estarán mejor.

2008.

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