Columna -Pobre y digno.

Dueña de la más profunda sabiduría del campo, mi abuela Alejandra solía decir en guaraní, que aunque uno sea pobre no es necesario andar apelechado. Para ella, ser económicamente humilde no debía ser sinónimo de falta de higiene ni apariencia rotosa y lastimera, al contrario, el más “mboriaju “ tenía que mostrarse digno, con la ropa zurcida pero limpia, como una actitud de respeto hacia uno mismo y hacia los demás.
Y ella sabía de ser pobre, de haber dado de mamar a sus hijos hecha ya piel y huesos por la escasez de alimentos, de haber compartido un pelado garrón con sus vecinas, para darle un poco de gusto a la comida, durante la Guerra Civil del 47. “Venía doña Valé y llevaba un rato el hueso, para meterlo en el agua hirviendo, después se lo prestaba a doña Eustaquia…”. Por supuesto, ellas le retribuían con un poco de lo poco que alcanzaban, a fin de saciar el hambre de sus hijos. Pero entre todas, uniéndose, las necesidades golpeaban menos. Ella sabía de pobreza, y sabía de ternura y dignidad.
Recordando sus enseñanzas, me cuesta entender muchas veces a algunos compatriotas. Un enorme grupo de paraguayos menos favorecidos que otros, llevan adelante su batalla diaria por sobrevivir, pero aún en este grupo encontramos diferentes maneras de hacerlo. Algunos, respetan y se respetan: trabajan, cuidan de la higiene de sus hijos, de su alimentación, de su educación, lo hacen a duras penas, con lo justo e incluso, faltándoles, pero lo hacen, y tarde o temprano, terminan venciendo a la adversidad. Otros, sin embargo, creen que presentando una imagen sucia y desaliñada, su mensaje de pobreza será más efectivo y recibirán más ayuda.
Son quienes tienen a sus hijos con los mocos duros pegados a la nariz durante días y días, sin asearse, con las ropitas rotas, con los cabellos duros de roña, con los piecitos sufriendo de piques, con… Y ellos mismos vagan por las calles como deslucidos fantasmas, para dar lástima y hacer sentir que la vida fue ingrata con ellos. Pero no hacen mucho esfuerzo por zafar del infortunio
Sin embargo, esa persona humilde, que se lava la cara y procura , aunque sea, vender algo en la calle (ajos, mamones, limones, clavel del aire, etc.), surte mucho más efecto en los demás, y al ver su esfuerzo, los otros lo respetan y lo ayudan con convencimiento.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Biografía.

En el parque de Gaudí - novela

Malva en flor