Columna - Intolerancia y grosería.
Al igual que ciertas enfermedades, la intolerancia es una de las plagas que se han instalado por esta parte de Sudamérica. Usted concidirá conmigo en que convivimos a diario y a toda hora, con gente que es capaz de matar a otro por una nimiedad. ¿Hay algo en el ambiente que provoca irritabilidad en el cerebro?, quizás, porque esto es grave y no creo que se solucione muy fácilmente.
Uno sale de su casa camino al trabajo, o a llevar a los chicos al colegio, a tempranas horas de la mañana. Se va tranquilo, escuchando algo de música y conversando con los niños… hasta que una ráfaga amenazante le pasa al lado como un bólido, despachando bocinazos y/o improperios porque no nos vamos tan rápido como él/ella quisiera.
O Vuelve a su casa al anochecer, cansado, tratando de balancear en positivo la jornada… por el carril izquierdo. Entonces pasa rozándole otro intolerante, porque a su entender, quienes llevan el velocímetro por debajo de 100, deben ir a la derecha. Ni qué decir si usted es peatón y está con problemas de reuma y no puede cruzar rápido… tiene suerte si ciertos automovilistas sólo lo despeinan al pasar.
Estos son apenas ejemplos cotidianos de la intolerancia general en el que estamos inmersos. No hay sitio donde no se note: en el supermercado te revientan el talón con el carrito, si es que no avanzás más rápido, en las reuniones de padres algunas personas llegan al punto de gritarse guasadas porque el hijito de fulanito le arrancó las rueditas a la mochila del hijo de menganito, o viceversa. En los estadios, las barras bravas de los perdedores suelen reventar a la de los ganadores, porque no toleran que les hayan superado o que les tienten por perder.
¿Y en la política? Allí la intolerancia está en su máxima expresión. Esta semana hemos tenido muchos ejemplos. Desde la “cúpula” hasta el último “escalón” de tal o cual lista, partido o candidato, utilizan la palabra y los miembros para agredirse sin compasión. En este mar de intolerancia, donde hay olas y maremotos de todos los colores y tamaños, algunos se trenzan a golpes con los simpatizantes de grupos contrarios, y otros están metidos en una batalla campal de groserías que nos ponen verde hasta a los que somos más liberaditos de mente y lenguaje. Lo peor es que estos groseritos, mucho más groseritos que aquellas figuras de cerámica que realiza la artesana Rosa Britez, no son nenes de pecho. Son hombres y mujeres mayores de edad, paraguayos, de profesión universitaria, casados y con hijos (parece un currículum), que sacan a relucir todo su conocimiento del peor vocabulario para dirigirse a sus oponentes. ¿Qué pensarán sus hijos? ¿y los amigos de sus hijos? ¿Què pensarán los niños y jóvenes a los que todos los días les decimos que no sólo deben ser correctos y decentes, sino parecerlo?
Pueden sacarnos en cara que debemos darle buen ejemplo, para que ellos los asimilen. Y como no se los damos, crecen igual de groseros que sus mayores.
Uno sale de su casa camino al trabajo, o a llevar a los chicos al colegio, a tempranas horas de la mañana. Se va tranquilo, escuchando algo de música y conversando con los niños… hasta que una ráfaga amenazante le pasa al lado como un bólido, despachando bocinazos y/o improperios porque no nos vamos tan rápido como él/ella quisiera.
O Vuelve a su casa al anochecer, cansado, tratando de balancear en positivo la jornada… por el carril izquierdo. Entonces pasa rozándole otro intolerante, porque a su entender, quienes llevan el velocímetro por debajo de 100, deben ir a la derecha. Ni qué decir si usted es peatón y está con problemas de reuma y no puede cruzar rápido… tiene suerte si ciertos automovilistas sólo lo despeinan al pasar.
Estos son apenas ejemplos cotidianos de la intolerancia general en el que estamos inmersos. No hay sitio donde no se note: en el supermercado te revientan el talón con el carrito, si es que no avanzás más rápido, en las reuniones de padres algunas personas llegan al punto de gritarse guasadas porque el hijito de fulanito le arrancó las rueditas a la mochila del hijo de menganito, o viceversa. En los estadios, las barras bravas de los perdedores suelen reventar a la de los ganadores, porque no toleran que les hayan superado o que les tienten por perder.
¿Y en la política? Allí la intolerancia está en su máxima expresión. Esta semana hemos tenido muchos ejemplos. Desde la “cúpula” hasta el último “escalón” de tal o cual lista, partido o candidato, utilizan la palabra y los miembros para agredirse sin compasión. En este mar de intolerancia, donde hay olas y maremotos de todos los colores y tamaños, algunos se trenzan a golpes con los simpatizantes de grupos contrarios, y otros están metidos en una batalla campal de groserías que nos ponen verde hasta a los que somos más liberaditos de mente y lenguaje. Lo peor es que estos groseritos, mucho más groseritos que aquellas figuras de cerámica que realiza la artesana Rosa Britez, no son nenes de pecho. Son hombres y mujeres mayores de edad, paraguayos, de profesión universitaria, casados y con hijos (parece un currículum), que sacan a relucir todo su conocimiento del peor vocabulario para dirigirse a sus oponentes. ¿Qué pensarán sus hijos? ¿y los amigos de sus hijos? ¿Què pensarán los niños y jóvenes a los que todos los días les decimos que no sólo deben ser correctos y decentes, sino parecerlo?
Pueden sacarnos en cara que debemos darle buen ejemplo, para que ellos los asimilen. Y como no se los damos, crecen igual de groseros que sus mayores.
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