COLUMNA - De inexorables despedidas
Cuando se acerca noviembre y los jacarandá comienzan a teñirse del lila azulado que puebla luego las veredas, el “aroma” a pérdida comienza a hacerse sentir lentamente, con la llegada de los últimos días del año, que quiérase o no siempre nos trae cierto dejo de tristeza o de melancolía.
Es que el fin - de lo que sea- siempre nos deja así. Y a lo largo de nuestras vidas, los fines sucesivos y las despedidas que vamos viviendo, van dejando pequeñas fisuras en el corazón, haciéndolo más y más vulnerable.
De chicos, sufrimos pérdidas pequeñas que también nos afectan (dejar la mamadera, el chupete, ya no ser alzado en brazos, ver partir a esa querida niñera, la despedida del peluche raido que fue a parar a la basura, la muerte de nuestra mascota, etc.)
Sin embargo nos aferramos con uñas y dientes a las cosas preciadas, a los seres queridos y con un poco de angustia y esperanza, aguardamos que a último momento ocurra algún milagro que cambie el curso de las cosas. Esto se aplica a todo: a pérdidas materiales, a cuestiones de pareja, laborales, de negocios, escolares... porque los fines siempre implican una un quiebre doloroso, un duelo largo, a veces casi interminable.
Sabemos que luego volverá a salir el sol, sin embargo, nada consuela cuando el sentimiento de pérdida se hace presente. ¿Encontró consuelo cuando lloró al terminar la escuela? ,o cuando vió partir a algún amigo querido hacia un país lejano?, cuando sintió el beso frío de alguien que le estaba dejando de querer?, cuando la separación familiar era un hecho crudo y triste?, cuando vió partir a un ser querido, cercanísimo a sus afectos, a su alma?.
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