En el parque de Gaudí - novela
Es la historia de una adolescente, como
miles de jóvenes del interior del país, que anhelan cambiar sus vidas y
deben migrar a la ciudad capital o a otros países, buscando
oportunidades laborales. Muchas lo logran y otras se pierden,
inexorablemente, en callejones sin salida.
Cuando sus esperanzas parecen morir, el destino le hace un guiño y el horizonte adquiere otro color.
La protagonista es “Sara Cabañas” quien
viaja lejos de su pueblo en busca de un futuro diferente para su
familia, pero se convierte en una víctima más de la trata de personas.
Capítulo tres
De Choré a Barcelona
Partimos de Choré a las
cuatro de la tarde, en uno
de los desvencijados
colectivos que pasaban por el
pueblo. Malena se quejó
todo el camino y dijo que
quizás ya no volvería
jamás. Llegamos a Asunción luego
de tres horas
interminables; de la terminal de ómnibus
fuimos directo al
aeropuerto porque nuestro vuelo salía en
la madrugada siguiente.
Cenamos una empanada seca
en el bar y luego cambié
un par de billetes que me
quedaron de los que papá me
dio. La mayor parte del
dinero se lo dejé a mamá, para los
gastos de la casa, porque
con esa venta que hizo mi padre,
no quedaba casi nada para
hacer dinero en varios meses.
Ella se negó a recibirlo,
pero se lo puse en el bolsillo a
pesar de su resistencia.
Eran las dos de la mañana.
El avión partía a las cuatro y
media, en un rato más
pasaríamos a la zona de embarque.
Fue en ese momento cuando
sentí que me estaba yendo a
un lugar de donde quizás
me sería difícil regresar.
Malena compró goma de
mascar y chocolate, para
el largo viaje. Yo tenía
pastillas de menta en la cartera.
Cinco paquetitos. Me los
compró mi madre para el mareo
durante el vuelo. Cinco
paquetitos que debían durarme
mucho tiempo, para sentir
que tenía algo de mi país.
Cuando el avión levantó
vuelo, vi las luces de la ciudad
que aún dormía… y
traté de imaginar a mi familia a esas
horas. Papá y mamá ya
estarían levantados. Ella haciendo
el mate y él preparándose
para ir a la chacra apenas
clareara, para aprovechar
las primeras horas del día antes
de que el sol le quemara
las espaldas. Solo mi hermano
seguiría en la cama,
arropado hasta el cuello, abrazando a
su perro que siempre se
acostaba a su lado.
Cuando el enorme aparato
comenzó a subir, no pude
reprimir las lágrimas que
cayeron despacio hasta mi blusa
lila. En la fila de al
lado, dos jovencitas lloraban abrazadas.
Al igual que yo se iban
lejos de casa buscando un porvenir
mejor. Las vi despedirse
de su familia en el aeropuerto.
Una de ellas, que tendría
alrededor de veinte años, lloró
aferrada a su pequeño
hijo hasta que una mujer mayor, que
sería su abuela, se lo
quitó de los brazos y se alejó hasta la
puerta, llorando tanto
como ella.
Malena me pasó un pañuelo
de papel y un trozo de
chocolate. Esto te va a
levanta el ánimo, dijo.
Luego de siete horas de
espera en San Pablo, seguimos
viaje hasta Madrid. Cuando
iniciamos el aterrizaje habían
transcurrido muchas horas
desde que salí de mi casa.
Malena dijo que había
seis horas de diferencia y que hacía
frío allá abajo. Era el
3 de mayo de 2013 y me empezaron
a zumbar los oídos. De
nuevo empecé a llorar abrazada a
mi campera. Cuando el
avión aterrizó no escuchaba nada
de lo que me decía
Malena, tenía los oídos taponados.
Hice lo mismo que ella. Me
desabroché el cinturón, tomé
mi bolso de mano, caminé
por el pasillo del avión y me
bajé como todos los
pasajeros en la pista. Aquello era una
inmensidad.
Estamos en Barajas, dijo
Malena, cambiando repentinamente
su tono de voz. Cualquiera
que la escuchara diría
que era española y no una
paraguaya de la campaña.
Un ómnibus nos acercó
hasta una de las puertas del edificio.
Todo era nuevo para mí
que no había salido nunca
de Choré y apenas conocía
su Terminal que consta de una
piecita y un kiosko donde
se venden todo tipo de baratijas.
Nos embarcamos en otro
avión hacia Barcelona. No
entendí lo que pasaba.
¿No nos quedamos en Madrid? Le
pregunté asombrada a
Malena. No, fue toda su respuesta.
Algo me molestaba en el
estómago y lo hice notar en mi
cara.
Luego de un poco más de
una hora, llegamos a
Barcelona. Malena estaba
callada como una piedra.
Después de retirar
nuestro equipaje, salimos a la calle.
Fue como subir a un cerro,
a una altura. Me sentí
flotar en el aire. Hacia
un fresco agradable a esa hora de
la mañana. Mi campera
comprada en la tienda de ropas
usadas por mi madrina, me
resultó un poco pesadaMe la quité y disfruté del frío para
mitigar la fiebre de
la nostalgia que comenzaba
a invadirme.
Y pensar que
apenas me había marchado.
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