Cuaderno de memorias - En un colectivo de la linea 31
En
un colectivo de la línea 31
A Julio
Mitad de año de 1988. Con
mamá y mis hermanos vivíamos en la zona ubicada entre Fernando de
la Mora y San Lorenzo, trabajaba en la Terminal de Omnibus de
Asunción como secretaria, era periodista free lance del diario Hoy,
practicaba los domingos en Canal 9, escribía narrativa breve, y me
encontraba preparando mi primer libro. Había terminado la
universidad en el 86 y estaba sin novio desde hacía un buen tiempo.
Como mi horario en la
oficina era cortado: de 8 a 12, y de 15 a 18,30; no me daba el tiempo
para ir a almorzar hasta mi casa; además, para hacerlo, necesitaba
pagar ocho pasajes al día, lo cual era un tremendo presupuesto.
Entonces, iba a comer con mi abuela Rosa, en Villa Morra. Fueron años
inolvidables compartiendo con ella las siestas, disfrutando de
charlas y saboreando las delicias que ideaba cada día, para las dos.
A las doce menos diez ya
me pegaba un telefonazo: veni rápido porque hoy comemos polenta con
chanchito!, decía, por ejemplo. Sólo la abandonaba los miércoles,
para ir a almorzar con mis tías en la casona familiar de Nicaragua
entre Perú y Battilana.
Tomaba el 31 en la parada
ubicada sobre República Argentina y me bajaba en la cuadra anterior
al Colegio Santa Clara, en Salaskin. A veces, corría desde el puente
sobre el Mburicaó para llegar a la casa, ubicada en Andrade y Weiss.
Si, con pollera y taco alto. Ella me esperaba con la puerta abierta y
uno de sus vestidos sueltos en la mano, para que me cambie rápido y
comencemos a comer.
Una siesta, era invierno,
porque recuerdo que llevaba puesto un uniforme gris y azul Francia,
intenté prepararme para bajar. Permiso, le dije al pasajero que
estaba a mi lado. No me escuchó o hizo como que no me escuchó.
Permiso, repetí dos veces, molesta, porque estaba a punto de pasar
mi parada. Creo que lo pisotee al intentar llegar al pasillo,
apurada.
Lo volví a ver a la
vuelta, y al día siguiente, y el siguiente, y otros más. Un día me
dio el asiento y le llevé su agenda. Desapareció.
Abuela, hay un churro en
el 31, le dije, masticando mi albóndiga rellena con huevo duro. En
serio? Me dijo curiosa y feliz, exigiendo todos los detalles de la
historia. Pero no lo volví a ver. Desapareció sin siquiera saber su
nombre. Ya va a aparecer otra vez, fue su respuesta. Tenía la
capacidad de predecir las cosas buenas.
Pasaron los meses y una
mañana, mi prima Daisy me llamó a la oficina para decirme que tenía
un candidato para mí. Qué bien! Le dije, ya me estaba por ir al
convento para tomar los hábitos. Me habló de alguien que me conocía
del colectivo y me reconoció en una foto de su último cumpleaños.
Ah!, ya se quien es, le dije: un barbudo. Si, ese mismo, contestó.
Un día de estos nos vamos a tu casa.
Un día de estos, dijo.
Pero se fueron esa misma noche. Yo me fui a un cumpleaños y no me
encontraron. Todo el dato que mi madre tenía era que estaba en el
festejo de 15 años de la hermana de mi amiga, en el salón de una
cooperativa. Creo que recorrieron un par de salones y se dieron por
vencidos.
Me llamó a retar al día
siguiente. ¿Cómo te vamos a conseguir un novio si no te quedás en
tu casa?, me dijo. A la pinta, avisame con tiempo, le respondí.
Bueno, nos vamos el
sábado, ni se te ocurra irte a ningún lugar. Listo, le dije. Nos
vemos el sábado.
Y nos vimos el sábado.
Era un 8 de diciembre. Adorné con moñitos de regalo y globos de
navidad a mi hermoso pino real, baldeé la entrada, plumereé los
balaustres de la murallita, arreglé mi sala y me puse un conjuntito
amarillo que mamá cosió. También preparé una jarra de limonada
(algo que jamás me perdonó porque fue con los limones de la planta
que cultivó un ex novio).
Llegaron mi amiga-prima y
el bombón, en un reluciente escabarajo blanco con portabultos
anaranjado. Era el primer candidato con auto que tenía!!. Creo que
hasta los vecinos salieron a mirar.
Charlamos un rato y
salimos a pasear los tres. Había sido, se fue becado a Río de
Janeiro los meses que desapareció del colectivo, y fueron compañeros
de facultad con mi prima. Yo me fui a la cena de colación de su
promoción, pero él no pudo asistir por estar en Brasil. El mundo es
un pañuelo!
En aquella época, èl
trabajaba en el laboratorio del doctor Faccetti y practicaba de
siesta en el entonces laboratorio de Lacimet. Por eso coincidiamos en
el horario del viaje en colectivo.
Hoy, tantos años después,
si regresara el tiempo atrás y saliera corriendo a las doce del
mediodía para ir a almorzar con mi abuela, volvería a tomar un
colectivo de la línea 31, para volverlo a encontrar.
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